Una de las áreas más importantes de nuestra vida son las relaciones sociales. ¿Por qué? Basta con ver que gran parte del sufrimiento de las personas proviene de la incapacidad para crear y mantener relaciones adecuadas con los demás.

Los humanos somos seres sociales por naturaleza y, por tanto, tenemos la necesidad de relacionarnos con los demás.

Raramente en nuestra vida vamos a poder escapar de los efectos de las relaciones sociales, ya quevivimos en sociedad.

En cualquier caso, mientras vivamos en sociedad es imposible escapar del contacto con los otros. Por eso, necesitamos aprender a desenvolvernos eficazmente con los demás, en nuestro lugar de trabajo o de estudios, en nuestros ratos de ocio o dentro de nuestra propia familia.

Una relación placentera en cualquiera de estos ámbitos nos hace sentirnos felices.

Para entablar este tipo de relaciones placenteras, es necesario poseer buenas habilidades sociales, lo que podríamos llamar un conjunto de “comportamientos eficaces en las relaciones interpersonales”

La complejidad de las relaciones humanas se pone de manifiesto ya desde el inicio de las mismas. Establecer una relación, por muy breve que sea, pone en juego nuestras habilidades sociales. Hay gente a la que les encanta ese juego, se pasarían el día conociendo a otras personas. En cambio a otros les llega a estresar eso de tratar con los demás.

Por ejemplo, unas buenas habilidades sociales te serán útiles cuando:

Vayas a comenzar un nuevo trabajo y te encuentres con nuevos compañeros: ¿Cómo entras a formar parte del grupo?

Un amigo te pida un favor y tú no puedas hacérselo: ¿Cómo dices que “no” sin que la relación se vea perjudicada?

Tengas una entrevista de trabajo: ¿Cómo debes actuar correctamente?

Te encuentres ante un jefe, un cliente, un alumno o un profesor y te está generando malestar porque la forma de dirigirse hacia ti es agresiva: ¿Cómo debes reaccionar?

Intentaremos que, al final del curso, puedas afrontar de una manera adecuada éstas y otras situaciones que impliquen la relación con los otros.

Cuando hablamos de ‘habilidad’, nos referimos a una destreza o pericia. Hay gente que es hábil pintando y otra jugando al fútbol, cocinando, haciendo negocios o dando clases. Todos tenemos algún tipo de habilidad.

Pero las Habilidades Sociales, ¿Qué son?

Cuando hablamos de “Habilidad Social” nos referimos a cierta pericia o maestría en el trato social para hablar u obrar con acierto, según las circunstancias en la que nos encontremos.

Es decir, la habilidad social no es otra cosa que la capacidad de las personas para saber relacionarnos, comunicarnos y entendernos unos con otros.

Para todas las profesiones se requiere tener habilidades sociales, pero más para aquéllas que centran su trabajo en la relación con personas. Éste es el caso de psicólogos, abogados, enfermeros, médicos, trabajadores sociales, trabajadores que atienden al público y, de manera especial, los educadores y profesores.

Pero la utilidad de las habilidades sociales trasciende al desempeño profesional. Observemos algunos resultados de la investigación:

Las relaciones con los demás, cuando son de calidad, reducen el riesgo de muerte entre la población anciana (Nebot, M.; Lafuente, J.M.; Tomás, Z.; Borrell, C.; y Ferrando, J., 2002).

 Las relaciones sociales positivas ayudan a regular los niveles de estrés (Gómez, R. E., 2000).

Las relaciones con los demás contribuyen a lograr un sentido más generalizado de control de sí mismo (Stewart, M., 1993).

Las relaciones sociales positivas poseen efectos beneficiosos para la salud y efectos protectores ante las enfermedades (Barrón, A., 1996).

El apoyo social durante el embarazo influye positivamente en el crecimiento fetal (Feldman, P., 2000).

Las personas, inmigrantes en este estudio, que poseen mayor número y calidad de sus relaciones sociales,encuentran empleo de forma más rápida (Martínez M.F.; García, M. y Maya, I., 2001).

Las habilidades sociales resaltan la conducta manifiesta de una persona.

Nosotros solo podemos ser conocidos por nuestras conductas.

Como dijera el Gran Kabir Jesús de Nazaret: <<Por sus hechos los conoceréis>>

La conducta de un individuo, considerada en un espacio y tiempo determinados, se denomina ‘comportamiento’.

Es decir, cada uno de nosotros sólo puede conocer a los demás por sus comportamientos y, a su vez, sólo somos conocidos por los nuestros.

La conducta ha sido objeto de estudio de la psicología desde sus inicios

Vemos, pues, que hablar de habilidades sociales es hablar de psicología.

Por tanto, hablaremos un poco de psicología, pero yo les hablaré de psicología desde un punto de vista particular: el punto de vista gnóstico.

1. Nuestra idea psicológica principal es que el hombre, tal cual lo conocemos actualmente, es un ser de desarrollo inconcluso. La naturaleza nos desarrolla mecánicamente hasta cierto punto

2. y luego nos abandona, dejándonos proseguir nuestro desenvolvimiento potencial por nuestro propio esfuerzo e iniciativa. Pero, obviamente, no nos referimos al desarrollo de las habilidades cognitivas que plantean algunas escuelas psicológicas. Para nosotros, este desarrollo psicológico significa el desarrollo de ciertas cualidades y características interiores que habitualmente permanecen embrionarias y que no pueden desarrollarse por sí solas, pero que, curiosamente, las personas se atribuyen a si mismas.

3. o podemos vivir y morir como nacimos,

4. o aun degenerar y perder nuestra capacidad de desarrollo.

Existe la creencia común de que la simpatía y el atractivo social de las personas son innatos. Sin embargo,los estudios dejan claro que en el ser humano la capacidad de adaptación a los cambios del medio va siempre unida a la necesidad de desarrollar habilidades a través del aprendizaje.

Por lo tanto, las habilidades sociales son conductas aprendidas que se adquieren a través de la experiencia y de la educación, así que siempre pueden mejorarse por aprendizaje y práctica.

Las habilidades sociales son un conjunto de comportamientos adquiridos y aprendidos y no un rasgo de personalidad.

Unas buenas habilidades sociales minimizan la posibilidad de futuros conflictos o problemas y sirven para crear nuevos vínculos, reforzar los existentes o disfrutar y compartir el afecto de amigos, pareja, familia, etc.

El hecho de que unas personas sean menos hábiles socialmente que otras se debe principalmente a:

1.- Aspectos cognitivos: Pensamientos negativos y evaluación incorrecta de las situaciones, de otros y de nosotros mismos.

2.- Aspectos afectivos: Las emociones negativas (ira, envidia, lujuria, codicia, ansiedad, depresión, etc.) provocadas, a su vez, por esos pensamientos negativos, dificultan la comunicación y nos llevan a adoptar conductas inapropiadas.

3.- Aspectos comportamentales: Un déficit de las propias conductas genera mayor incapacidad y fracaso en la relación social.

El mundo de relaciones tiene tres aspectos muy diferentes que en forma precisa necesitamos aclarar

Primero: Estamos relacionados con el cuerpo planetario, es decir con el cuerpo físico.

Segundo: Vivimos en el planeta Tierra y por consecuencia lógica estamos relacionados con el mundo exterior y con las cuestiones que atañen a nosotros, familiares, negocios, dineros, cuestiones del oficio, profesión, política, etc.

Tercero: La relación del hombre consigo mismo. Para la mayoría de las gentes este tipo de relación no tiene la menor importancia.

Pero las habilidades sociales no son solo conductas observables, sino que incluyen también lo interno, lo que pensamos y sentimos en la relación con los demás.

Tener habilidades sociales eficientes implica:

Saber comunicarse adecuadamente: Escuchar, iniciar o mantener conversaciones, formular preguntas, dar las gracias, presentarse a uno mismo o a otras personas, hacer cumplidos, pedir ayuda, dar o seguir instrucciones, disculparse, convencer a los demás.

Conocer y comprender el mundo de los sentimientos: Conocer los propios sentimientos y expresarlos, comprender los de los demás, ponerse en el lugar del otro, enfrentarse con el enfado del otro, expresar afecto, resolver el miedo, auto-recompensarse, etc.

Combatir el estrés: Formular una queja o responder a ella, exigir ser respetado y reclamar los derechos propios, demostrar deportividad en el juego, resolver la vergüenza, arreglárselas solo, defender a un amigo,

responder a la persuasión y al fracaso, responder a una acusación, prepararse para una conversación difícil, hacer frente a las presiones del grupo, etc.

Saber planificar: Tomar iniciativas, discernir sobre la causa de un problema, establecer un objetivo, recoger información, resolver los problemas según su importancia, tomar una decisión, concentrarse en una tarea, etc.

Aprender de los demás, manteniendo con éstos relaciones armoniosas.

Todo ello constituye habilidades sociales que nos hacen competentes para sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás. Es totalmente necesario aprender y desarrollar estas habilidades en uno mismo; de esta manera podremos saber como actuar correctamente en cada momento, ya sea en la vida profesional como en los ámbitos más privados: la pareja, la familia, los amigos.… El resultado será una vida más plena y feliz.

Un individuo con unas habilidades sociales deficientes tiene mayores probabilidades de generarse problemas emocionales y dificultades en sus logros. Esto lo hace más vulnerable, debido fundamentalmente a la frustración ante necesidades como sentir seguridad, ser aceptado por los demás orealizarse socialmente, contribuyendo, además,  a dañar su autoestima  y su sentimiento de identidad.

Nadie viene a este mundo con todas las habilidades sociales bajo el brazo. Las competencias sociales se aprenden y se construyen día a día. Nadie nace perfectamente asertivo ni nadie posee dotes naturales de empatía. A una mejor o peor predisposición para las relaciones sociales, hay que añadir voluntad, discernimiento, ideas claras y aprendizaje continuo. Ser socialmente competente es una de las habilidades más valoradas en el mundo actual, porque una persona con buenas habilidades sociales escucha, se expresa con claridad y es capaz de convertir grandes problemas en grandes oportunidades.

Toda relación social es un proceso interactivo y constructor tanto de la identidad personal como de lo que llamamos la realidad. Esta construcción se lleva a cabo a través del lenguaje, influenciado, como nosotros, por el contexto, la sociedad y el momento histórico en el que vivimos. La relación social, pues, es un proceso básicamente psicosocial que tiene la finalidad de unirnos, de trazar relaciones entre nosotros lo suficientemente estables como para que podamos formar colectividades y desenvolvernos tanto en lo que es común como en las diferencias.

Pero lo más importante que he aprendido es que las relaciones son experiencias emocionales, intuitivas, muchas veces inconscientes y, por supuesto, basadas en el amor. Por mucho que lo queramos razonar, aquello que nos une o nos desune en el mundo de las relaciones es un misterio a vivir.

Nos pasamos la vida relacionándonos. A no ser que usted viva alejado del mundanal ruido, cada día va a protagonizar relaciones de todo tipo. Breves, largas, amistosas, interesadas, profundas o superficiales. Y esas relaciones están ahí para aprender cómo somos: la llave del aprendizaje sobre la vida y la posibilidad de conocerse a sí mismo pasa sin duda por las relaciones sociales. Nos jugamos mucho en el mundo de las relaciones sociales, porque a través de ellas nos definimos a nosotros mismos y a la vez participamos en la definición de los demás.

La comunicación interpersonal es el proceso básico que permite las relaciones humanas.

La comunicación se da cuando un emisor transmite, a través de un canal o medio, un mensaje(contenido) a un receptor, con un objetivo o meta.

Comunicar ideas y sentimientos es algo tan básico y propio de nuestra especie que a menudo lo damos por supuesto.

La comunicación es crucial para el bienestar personal y para las relaciones íntimas. Nos ayuda a superar situaciones delicadas, resolver conflictos, expresar sentimientos, defender nuestros intereses, evitar malas interpretaciones, etc.

¿Comunicar? ¿Y cuál es el problema? Pues precisamente ese es el problema.

Todos venimos al mundo con la estructura genéticamente preparada para la comunicación, pero sin un manual de instrucciones que cuente “cómo” debemos comunicarnos de forma eficaz.

Por ello vamos aprendiendo sobre la marcha.

Aunque para algunos eso de comunicar es tan sencillo como respirar, lo cierto es que se trata de un proceso activo y complejo en el que intervienen, por lo pronto, procesos semánticos, neurológicos, psicológicos, sociales y culturales.

Comunicar no es tan natural como respirar. Hay que poner en marcha los cinco procesos. Una buena prueba de esta complejidad es su estudio, abordado por diferentes disciplinas como la lingüística, la historia, la antropología, la sociología, la filosofía y, por supuesto, las ciencias de la comunicación y la psicología.

Una parte importante de los asuntos humanos se ve afectada directamente por las dificultades en la comunicación. Si miramos atentamente a nuestro alrededor comprobaremos que gran parte de los problemas cotidianos de individuos, grupos, organizaciones y Estados están relacionados con la comunicación.

Crisis de personalidad, problemas de relación, conflictos laborales y guerras entre países tienen la mayoría de las veces su origen bien en la ausencia de comunicación, bien en una comunicación defectuosa o patológica.

Nada está más condenado al fracaso que dos personas, dos equipos o dos gobiernos que se esfuerzan en no comunicarse, en no entenderse, en no aceptarse, en odiarse.

En la comunicación participan los siguientes elementos:

Un emisor, que es el que transmite el mensaje.

El código, que es el conjunto de signos, relacionados entre sí, y de reglas de construcción, a disposición del emisor y del receptor.

Un canal o medio, a través del cual se transmite dicho mensaje. Tiene que existir un consenso en el canal a utilizar; por ejemplo: el mismo idioma, el mismo código, el mismo canal de información… Si este medio no fuera utilizado y conocido por ambos interlocutores, la comunicación sería imposible, pues el mensaje del emisor no llegaría al receptor.

Un mensaje, que es el contenido transmitido, resultado de codificación o portador de la información.

Un referente, que es la realidad extra-lingüística a la que alude el mensaje comunicativo.

Un receptor, que es el que capta el mensaje.

El contexto, que es el conjunto de factores y circunstancias en las que se produce el mensaje, y que deben ser conocidas tanto por el emisor como por el receptor.

El objetivo o meta, que es lo que se pretende conseguir.

El ruido, que son las perturbaciones no previstas ni previsibles que destruyen o alteran la información.

La redundancia, que son esos elementos innecesarios que aparecen en un mensaje y que sirven, entre otras cosas, para combatir el ruido.

La comunicación no es un proceso estático. El emisor y el receptor no sólo se intercambian los papeles, sino que la transmisión de información es simultánea.

Por ejemplo, mientras un camarero nos está diciendo que en el restaurante está prohibido fumar, ponemos cara de enfado y apagamos el cigarrillo de forma brusca. El camarero es emisor del mensaje verbal “No se puede fumar”, pero al mismo tiempo, él es receptor del mensaje que le enviamos de una forma no-verbal y que quiere decir: “Me molesta no poder fumar”.

La comunicación interpersonal es un fenómeno que nos mantiene unidos, produciendo vínculos colectivos, porque nos relaciona a los unos con los otros. Y esa unión se proyecta en un fondo y en una forma: la comunicación es el fondo que permite que destaque una figura, el mensaje, la información. La comunicación tiene así dos caras, la que produce vínculos colectivos y la que los transforma a través de la información.

La información es lo que permite que la comunicación no sea solamente comunión y consenso, sino también un proceso de cambio y diferenciación del que surgen diferentes puntos de vista e identidades. Y en esas diferencias a menudo aparecen los conflictos.

Pero, no olvidemos que también es fuente de conflictos y malentendidos.

Lo que entendemos como “mala comunicación” no deja de ser “información” sobre el proceso comunicativo, con lo cual, quitándole la connotación negativa, esa información es altamente útil tanto para corregir el proceso como para aumentar la propia información.

Pero, aun procesando correctamente la información, las relaciones se tornan un laberinto por el que nos perdemos. Vamos a ver por qué.

El laberinto de las relaciones

Lo primero que debemos tener claro es que para entendernos hay que poner algo de nuestra parte. La comunicación no es fácil o difícil. Somos nosotros los que la hacemos más o menos complicada. Y ello ocurre a causa de:

Nuestra intencionalidad

No hacemos nada porque sí. Lo hacemos porque tenemos “intenciones”, sean estas conscientes o inconscientes. Excepto nuestros comportamientos vegetativos, que andan por sí solos, el resto son intenciones que se convierten en la causa de nuestras acciones. Cuando un sujeto realiza acciones, van acompañadas de las propias intenciones (deseos y creencias) que impulsan el hacerlas. La acción, pues, queda asociada a la intención que la puso en marcha. Pero, ¿qué sucede cuando yo observo las acciones de los demás? Pues que les atribuyo las intenciones que yo tengo asociadas., Resultado: si yo sé que cuando hago X es por Y, cuando tú haces X seguro que es por Y. ¡y ya la hemos liado! No podemos estar en la mente de los demás, sólo podemos observar sus acciones y es a partir de ellas que presuponemos sus “intenciones”, que en el fondo son las nuestras.

Nuestra similitud, diferencia y variabilidad psicológica

Entenderse es a veces complicado porque simplemente somos diferentes y somos variables, aunque a la vez somos iguales. Hasta cierto punto, una persona es como cualquier otra; desde otra perspectiva, se asemeja a algunas personas; y, desde un tercer punto de vista, no se parece a nadie. Esta triple condición humana a veces trae algunos quebraderos de cabeza. No sólo cada persona es única y diferente a las demás, sino que no siempre está igual, ni piensa de la misma manera, ni siente siempre lo mismo, aunque algunas lo aparenten. Cada vez que nos relacionamos es un encuentro nuevo, porque ya no somos los

mismos que ayer. Pero esto cuesta de entender. Presuponemos que las personas no cambian. El hecho de sentirnos siempre ‘nosotros mismos’, de mantener nuestra aparente individualidad psicológica, nos hace creer que somos uno: confundimos ‘único’ con ‘uno’.

Por todo ello es importante entender que cada vez que estamos con alguien hay que redescubrirlo: ¿dónde está la persona aquí y ahora? ¿Qué siente aquí y ahora? ¿Cómo es nuestra relación aquí y ahora? Como ven, las relaciones hay que vivirlas en presente. A menudo no nos entendemos porque simplemente estamos en momentos diferentes, con estados internos diferentes y con intenciones también diferentes. Captar el presente de la relación es muy importante.

Nuestros estilos afectivos

Es cierto, como ya propugnó Darwin, que la expresión de las emociones es universal, aunque su origen resida en situaciones diferentes. Lo que ya no es lo mismo es la velocidad, la expresividad, la intensidad y la latencia de la emoción, que presenta una amplia variabilidad interpersonal. Para las relaciones, este punto es muy importante, puesto que existe la fantasía de que los demás experimentan las emociones del mismo modo en el que lo hacemos nosotros. Muchos conflictos y malentendidos se basan en la incomprensión del ritmo que cada uno necesita al vivir sus emociones. Algunas personas estallan enseguida, mientras que otras van “cociendo” poco a poco sus emociones. Hay quien necesita resolver de inmediato sus ansiedades, hay quien sabe darles tiempo y hay quien se las echa a la espalda. En los estudios sobre el funcionamiento cerebral se afirma que después de un estallido emocional, algunas personas tienen una función de recuperación muy lenta, mientras que otras recuperan más rápidamente el punto de partida. Entender y respetar los estilos y ritmos afectivos de cada uno es básico si pretendemos acompañar a los demás.

El sistema “relación”

Parecería que la unidad básica de una relación son dos personas. Si existieran unas lentes que nos permitiesen ver más allá de sus cuerpos físicos nos daríamos cuenta del entramado en forma de red que las sostiene. Cuando una relación traspasa los umbrales del encuentro casual para convertirse en estable, esas dos personas son algo más que dos. Establecen entre ellas un sistema único que acaba teniendo vida propia: se crea un nuevo ‘ser’. ¿Por qué se creen que decimos que “cada pareja es un mundo”? Cada relación es un sistema conectado con sistemas superiores (las familias de ambos) a su vez conectados con otros sistemas aún más superiores (la sociedad en la que viven) y envueltos en un sistema mayor al que podemos denominar “el momento histórico”. Todo ello está ahí, en cada interacción, es esa red invisible que, a pesar de no ser perceptible, condiciona todo lo que hacemos. Si usted cambia de relación, incluso repitiendo todos y cada uno de sus comportamientos, los resultados van a ser otros, porque no existe ninguna relación que sea igual a otra. Por eso a menudo nos cuesta creer que aquello que no éramos capaces de hacer con una persona lo logramos tranquilamente con otra. Las relaciones tienen, pues, características sistémicas y eso sirve para entender que esa entidad creada a la par vive y se mantiene por las aportaciones que hace cada uno. Dicho de otro modo, ¿En qué contribuyo yo en hacer permanente lo bueno y en qué en hacer permanente lo malo dentro de ese sistema?

Lo mismo es exactamente aplicable a los colectivos. Una empresa, por ejemplo, es un sistema. Lo forman el conjunto de relaciones entre sus miembros, adquiriendo una entidad propia. ¡Esa entidad es la que manda en su empresa!

Nuestra libertad condicional

Somos libres de escoger a las personas con las que nos queremos relacionar, así como somos libres de decidir cómo relacionarnos con las personas que no hemos escogido. Somos libres en definitiva a la hora de elegir; y a la vez, como ya expresó Erich Fromm, la libertad a veces nos da miedo. Pero, ¿somos realmente tan libres? ¿Cuando establecemos nuevas relaciones, sean del orden que sean, hacemos tabla

rasa y empezamos de cero? ¿Hasta dónde nos influyen y condicionan las últimas experiencias vividas en nuestro mundo relacional? Todo ello nos lleva a considerar “los aprendizajes” tanto como experiencias de crecimiento como de condicionamiento. Así pues, nuestras conductas y elecciones en las relaciones vienen precedidas por nuestros aprendizajes, y sobre ellos basamos nuestra creencias y comportamientos futuros. ¿Somos libres o estamos condicionados por nuestros propios aprendizajes? Por suerte, condicionado no significa determinado, o sea que me gustaría creer que somos capaces de aprender sobre lo aprendido e incluso trascenderlo. Puede que vivamos una especie de libertad condicional, pero lo bueno es saber que si escogemos es porque por lo menos había otra opción.

El constructivismo de la relación

Las personas somos constructoras de significados sobre nuestras experiencias. Dicho de otro modo, aunque el diccionario diga definiciones de sentimientos, emociones, creencias, etc., lo más probable es que cada uno de nosotros tenga su propia definición sobre lo que son los sentimientos, emociones, creencias, etc., según lo que ha vivido y observado. Este principio nos recuerda que no existen verdades por ahí fuera que se nos revelan directamente, sino que cada uno construye sus propias ‘verdades’, es decir, le da significado a sus experiencias. Cuando nos relacionamos con los demás es bueno entender que entramos en su casa, en sus “constructos” particulares, del mismo modo que les invitamos a entrar en nuestra construcción. Y cada uno tiene la casa como le gusta tenerla. ¿Se imagina que entra alguien y le empieza a desmontar la casa, que sin permiso se la pone patas arriba, que le dice cómo deberían estar dispuestas y decoradas las habitaciones, que le critica su mal gusto? Pues esto es lo que pasa cada vez que nos metemos en la vida de los demás.

El construccionismo de la relación

Cada relación es diferente sobre todo porque nuestra identidad se construye en dicha relación. Si aquello que llamamos nuestra personalidad fuera inamovible, monolítica, nuestras relaciones serían siempre igual tuviéramos quien tuviéramos delante. Pero esto no ocurre así. Cada persona nos despierta unas cualidades u otras que fomentaremos en el sí de esa relación, si bien en otra tal vez podríamos llegar a hacer incluso lo contrario.

A modo de matiz me gustaría distinguir esos dos términos que tanto se asemejan, aunque no son lo mismo. Me refiero a constructivismo y construccionismo. El primero se refiere a la psicología de los constructos personales, que parte del postulado de que el significado de la experiencia es una construcción personal. Elconstruccionismo social, por su lado, muy escéptico a la hora de autodefinirse, postula que los significados se construyen en las relaciones y son específicos de una cultura y un momento histórico determinado. Hecha la distinción, veamos cómo gestionar estos siete principios.

Constructivismo: cuerpo de teorías que tienen en común la idea de que las personas, tanto individual como colectivamente, “construyen” sus ideas sobre su medio físico, social o cultural. Puede denominarse como teoría constructivista, por tanto, toda aquella que entiende que el conocimiento es el resultado de un proceso de construcción o reconstrucción de la realidad que tiene su origen en la interacción entre las personas y el mundo. Por tanto, la idea central reside en que la elaboración del conocimiento constituye una modelización más que una descripción de la realidad.

La PNL sintetiza la idea anterior con la expresión “El mapa no es el territorio”. Esta frase nos transmite la idea de que a pesar de nuestras similitudes estructurales, puesto que somos de la misma especie, cada persona tiene su propio mapa sobre el funcionamiento del mundo. Y por mucho que cueste creer que los demás no vean las cosas como yo las veo, lo cierto es que cada uno de nosotros experimenta la vida según su mapa, convirtiendo sus experiencias en su ‘verdad’, en su mundo interno. Eso no significa disponer de “la” verdad. No olvidemos que el mapa no es el territorio. Por lo tanto, existen territorios, verdades físicas, del mismo modo que existen creencias y convencimientos personales. Una creencia es una teoría sobre el mundo, pero no es el mundo. Le llamamos precisamente creencia porque, aunque sólo consista en una presuposición, es algo que nos convence a nosotros mismos, que nos lo creemos incluso si ello nos limita.

Yo puedo defender mis creencias, eso no es ningún delito, aunque haré bien en no convertirlas en certezas. Desde luego que podemos dar va­lor de autenticidad a nuestras creencias, aunque probablemente no pasarían un test de certeza. Normalmente, cuando habla­mos de certeza hablamos de certeza psicológica, es decir, la impresión de que mis creencias no pueden ser falsas. El conocimien­to implica verdad; la creencia, en cambio, no.

La comunicación interpersonal implica no solamente las palabras que se utilizan al hablar, sino también gestos, expresión facial, mirada, tono de voz, énfasis, movimientos de las manos, etc. No es importante solamente lo que se dice, sino también cómo se dice.

Es importante tener en cuenta que en la comunicación juegan un papel importante las actitudes personales, ya que indican hasta qué punto estamos preparados para escuchar lo que los demás tienen que decir y la interpretación que hacemos de lo que hemos oído. Si aprendemos a comunicarnos correctamente seremos capaces de expresar lo que queremos sin crear tensiones ni herir sentimientos, así como comprender mejor lo que los otros nos quieren decir.

Ni me explico, ni me entiendes

Cuando una relación llega al punto en el que “ni nos explicamos, ni nos entienden” se produce una de las experiencias humanas más inquietantes: el desencuentro, la descomunicación. Surge una extraña sensación de impotencia y un sentimiento profundo de incomprensión, como un vacío que parece tragarse nuestra identidad.

Hay una realidad de la que no podemos escapar: cuando nos relacionamos ni nos vemos ni nos oímos a nosotros mismos. No podemos tener una visión completa del propio cuerpo puesto que los ojos, como órganos de la percepción, forman parte del cuerpo que se quiere percibir. No podemos estar hablando y escuchándonos a la vez, a no ser que, como los cantantes, vayamos con unos altavoces por delante que nos devuelvan nuestra propia voz. Por el contrario, captamos a la perfección las expresiones y los tonos de voz de nuestro interlocutor. Ese curioso juego del observador observado genera todo el intríngulis de la comunicación.

Captamos a los demás por su expresión y por el tono de su voz.

Todo lo que pasa ante nuestros ojos es procesado y a la vez interpretado. Ahí es precisamente donde empiezan a producirse las interferencias.

Los humanos disponemos de la capacidad cognitiva de teorizar sobre la acción humana gracias al hecho de que estamos genéticamente equipados para interpretar las acciones de los otros y las nuestras en forma de creencias y deseos. Esta habilidad ha sido crucial para nuestra supervivencia y ha permitido la comunicación simbólica interindividual. A su vez, el hecho de poder interpretar las acciones de nuestros congéneres nos lleva al “desastre” comunicativo. Sobre todo porque a veces nos relacionamos con el otro no a partir del conocimiento de sus intenciones y deseos sino a partir de nuestras presuposiciones sobre las que creemos son sus intenciones y deseos. Y no sólo eso: además, contrastamos sus intenciones con las nuestras y en función del resultado valoramos la situación, siendo esta una percepción emocional. Como ven, todo un juego de estrategias personales. Si de por medio tenemos en cuenta los condicionantes del contexto, las experiencias anteriores con esa misma persona, los “ruidos” comunicativos (dificultades expresivas) y sobre todo las expectativas que nos hayamos hecho, todo ello hace compleja la comunicación.

¿Cómo evitar que esto nos pase?

en las relaciones hay que tratar las hipótesis con mucho cuidado y discreción. Las podemos hacer para nosotros mismos, pero no arrojarlas al otro plenamente convencidos de que tenemos razón. ¿Acaso razonamos y sentimos como ellos? ¿Acaso es tan simple hacer un escaneado de los pensamientos ajenos? A menudo ni nosotros mismos acabamos de explicarnos cosas que hacemos o que pensamos. ¿Lo sabrán mejor los demás? Puede que sí, pero no es pruden­te ir proclamándolo por ahí; ¿no creen que dará mayor y mejor resultado si nos acostumbramos a preguntar las cosas?

Preguntando evitamos presuponer, aclaramos la información y, lo más importante, hacemos pensar al otro sobre sus propios pensamientos. El resultado será una ampliación del mapa.

En cualquier caso, el significado de mi comunicación se mide por la respuesta que obtengo del otro. Y no hay nada peor que presuponer que “hablando el mismo idioma” ya nos vamos a entender. Pues ¡no! Como vemos, ni siquiera las palabras tienen el mismo significado para cada uno de nosotros, porque dependen del valor significante que tengan en nuestra experiencia: debemos hacer conciencia de que el sentido de una palabra depende del que la oye, no del que la emite.

Atender a los procesos comunicativos propios es una tarea muy recomendable, no sólo por lo que supone de mejora en las relaciones interpersonales, sino para hacer conciencia de qué comunicamos. ¿Se han hecho esta pregunta?: “Yo, ¿qué comunico? ¿Cómo comunico?” Una buena manera de encontrar respuesta a estas preguntas es: “¿qué estoy recibiendo de los demás? ¿Qué me están comunicando?”. La vida es como un eco. Si no te gusta lo que recibes, presta atención a lo que emites. Una característica de la sociedad en la que vivimos es que nos presenta tantos estímulos y tantas demandas que apenas tenemos tiempo para estar con nosotros y con los demás. Sin tiempo, sin serenidad interior, difícilmente captaremos las sutilezas que se esconden detrás de una relación: un tono de voz, en la comisura de unos labios o en la caída de unos ojos.

El desacuerdo forma parte igual de la relación que el acuerdo, es su otra cara; acuerdo y desacuerdo son lo mismo: pautas de relación. El desacuerdo no es lo negativo, lo que hay que evitar, lo malo; simplemente es parte de lo normal, aunque no todo el mundo lo vive desde la normalidad. Hay quien preferiría que todos ¡fuéramos felices y comiéramos perdices! Lo curioso es que no todo el mundo es feliz de la misma manera, ni a todos les gustan las perdices.

Cuando el desacuerdo se transforma en un problema, la “diferencia” pasa a convertirse en “lo opuesto”. ¿Opuesto a qué? A mis valores, principios o creencias. Y a algo más: a la disponibilidad de mi tiempo, de mi espacio, de mi gente, de mis cosas. Todos queremos llevar nuestro ritmo, hacer las cosas a nuestra manera, vivir según nuestra jerarquía de valores. ¿Quién nos lo impide? Los demás, ¡por supuesto! ¡Lo impiden sus valores, sus tiempos, sus espacios, sus gentes, sus cosas, sus mapas! Todos queremos lo mismo, sólo que de maneras diferentes. Saber encontrar el equilibrio es fundamental, aunque no siempre es fácil.

Cuando pretenden saltarse a la torera nuestros valores, nuestros ritmos, saltamos de inmediato. A partir de ahí, entran en escena las discusiones y los enfados. A lo mejor tratamos de resolverlo creando unas normas de relación que cumplir. Pero esta normativización genera una fase paradójica, puesto que de un lado racionalizamos la relación, cerrándose al corazón, pero por el otro está atrapada emocionalmente. Ante tal situación se hace difícil separar conductas, pensamientos y emociones. Se forma como una bola de nieve que según como crezca puede provocar un alud ¿Cómo parar el golpe?