Si la Tierra fuera nuestro cuerpo, podríamos sentir las muchas zonas en las que está sufriendo. Las guerras, la opresión política y económica, el hambre y la contaminación devastan tantas áreas. Mucha gente percibe el sufrimiento en el mundo y sus corazones se llenan de compasión. Saben lo que debe hacerse, y se comprometen con tareas políticas, sociales y ecológicas para tratar de cambiar las cosas. Pero luego de un período de compromiso intenso, tienden a desilusionarse si no tienen la fuerza para mantener una vida de acción constante.
La verdadera fuerza no yace en el poder, el dinero o el armamento, sino en la paz interior profunda. Practicar un recuerdo de sí, una percepción consciente en cada instante de nuestra vida diaria es una forma en la que podemos cultivar nuestra propia paz interior. Con claridad, determinación y paciencia – los frutos de la meditación- se puede sostener una vida de acción y ser un verdadero instrumento de paz.
La paz está presente aquí y ahora, en nosotros mismos y en todo lo que hacemos y vemos. La cuestión es si estamos o no en contacto con ella. No hace falta viajar muy lejos para disfrutar de un cielo azul. No es necesario dejar la ciudad o nuestro vecindario para disfrutar de los ojos de un niño hermoso. Cada respiración puede ser fuente de alegría.
Podemos sonreír, respirar, caminar y comer nuestras comidas en una forma que nos permita estar en contacto con la abundancia de felicidad que está a nuestro alcance. Somos muy buenos preparándonos para vivir, pero no somos muy buenos viviendo. Sabemos cómo sacrificar diez años por un título, y estamos dispuestos a trabajar muy duro para conseguir un empleo, un auto, una casa y todo lo demás. Pero tenemos problemas para recordar que estamos vivos en este mismo instante, el único momento que hay para estar vivos. Cada respiración, cada paso que damos puede estar lleno de paz, gozo y serenidad. Sólo necesitamos estar despiertos y vivos en el momento presente.
El mejor momento es el momento presente
Existen varias técnicas respiratorias que se pueden usar para que la vida se vuelva más vívida y gozosa. El primer ejercicio es muy simple. Cuando se inhala, decir para sí: “Al inhalar, soy consciente de que inhalo”. Y al exhalar, decir “Al exhalar, soy consciente de que exhalo”. Sólo eso. Uno reconoce su inhalación como una inspiración y a su exhalación como espiración. Ni siguiera es necesario recitar toda la frase; es posible usar sólo dos palabras: “Adentro”, y “afuera”. Esta técnica puede ayudarnos a concentrarnos en la respiración. Al practicarla, nuestra respiración se volverá suave y apacible, y nuestro cuerpo y nuestra mente también se volverán suaves y apacibles. En tan sólo unos pocos minutos uno puede percibir el fruto de la meditación.
Aquí hay otro ejercicio simple de probar: Recite estas cuatro líneas en silencio al inspirar y al exhalar.
Al inhalar, aquieto mi cuerpo.
Al exhalar, sonrío.
Habitar el momento presente
es hacerlo un momento maravilloso.
“Al inhalar, aquieto mi cuerpo”.
Recitar esta línea es como tomar un vaso de limonada fría en un día de calor: uno puede sentir cómo lo invade la frescura.
Cuando inspiro y recito esta línea realmente siento cómo mi respiración aquieta mi cuerpo y mi mente.
“Al exhalar, sonrío” ¿Sabía que una sonrisa es capaz de relajar cientos de músculos faciales? Llevar una sonrisa en la cara es un signo de que uno es amo de sí mismo.
“Habitar el momento presente”. Aquí sentado, no pienso en otra cosa. Estoy sentado aquí, y sé exactamente dónde estoy. Es un placer sentarse, estable y tranquilo, volver a la propia respiración, a la propia sonrisa, a nuestra verdadera naturaleza. Nuestra cita con la vida es en este momento. Si no tenemos paz y alegría ahora mismo, ¿Cuándo vamos a tener paz y alegría? ¿Mañana? ¿Pasado mañana? ¿Qué es lo que nos impide ser felices en este instante? Al seguir la respiración, podemos decir “Aquietarse. Sonreír. Momento presente. Momento maravilloso”.
Campanadas para el recuerdo de sí
En mi tradición, usamos las campanas del templo como recordatorios para volver al momento presente. Cada vez que las escuchamos, paramos de hablar, detenemos nuestros pensamientos y volvemos a nosotros mismos, inhalando y exhalando con una sonrisa. Hagamos lo que hagamos, realizamos una pausa por un momento y simplemente disfrutamos nuestra respiración. A veces también recitamos estos versos:
Escucha, escuchaes
te sonido maravilloso me
devuelve a mi verdadero ser.
Al inhalar, decimos “Escucha, escucha”, y al exhalar “este sonido maravilloso me devuelve a mi verdadero ser”. Desde que vine a occidente, no he escuchado demasiadas campanas de templos budistas. Pero por suerte, al menos en Europa, hay campanas de iglesias por todas partes. Cada vez que doy una conferencia en Suiza, siempre utilizo las campanadas para practicar el recuerdo de sí. Cuando suenan las campanas, paro de hablar y todos escuchamos el pleno sonido de las campanas. ¡Lo disfrutamos tanto! (Creo que es lo mejor de la conferencia). Cuando escuchamos las campanas podemos hacer una pausa y disfrutar nuestra respiración y ponernos en contacto con las maravillas que nos rodean: las flores, los chicos, los sonidos hermosos. Cada vez que nos contactamos con nosotros mismos, las condiciones se vuelven favorables para encontrar vida en el momento presente.
Un día en Berkley, le propuse a profesores y estudiantes que en dada ocasión en que sonara la campana de la universidad, tanto profesores como alumnos hicieran una pausa para respirar conscientemente. Todos deberíamos tener tiempo para disfrutar el hecho de estar vivos. No debiéramos andar a las corridas todo el día. Tenemos que aprender a disfrutar realmente nuestras campanas religiosas y escolares. Las campanas son hermosas, y son capaces de despertarnos.
De tener una campana en casa, se podría practicar el respirar y sonreír con un hermoso sonido. Pero no hace falta acarrear una campana a la oficina o a la fábrica; se puede usar cualquier sonido para que nos recuerde inhalar, exhalar y disfrutar el momento presente. La alarma de un auto es una campana para el recuerdo de sí. Hasta cosas que no suenan, como los rayos del sol entrando pro la ventana son campanas para la conciencia que nos hacen acordar que volvamos a nosotros mismos, respiremos, sonriamos y vivamos el momento presente con plenitud.
El espacio para respirar
Tenemos cuartos para todo – para comer, dormir, mirar televisión – pero no tenemos habitaciones para el recuerdo de sí. Recomiendo instalar un pequeño espacio en casa que se llame “el cuarto para respirar”: un lugar donde estar a solas y practicar la respiración y la sonrisa, al menos en momentos difíciles. Este espacio debería ser considerado como una Embajada del Reino de la Paz. Deberá ser respetada y jamás ser invadida por el enojo, los gritos o cosas por el estilo. Cuando se esté por retar a un chico, él o ella podrán refugiarse en ese espacio. Ni su padre ni su madre podrán seguir gritándole. El o ella estarán a salvo en el terreno de la Embajada. Los padres a veces también necesitarán refugiarse en ese espacio y sentarse, respirar, sonreír y regenerarse. Así, ese espacio se convierte en un beneficio para toda la familia.
Sugiero que el espacio para respirar esté decorado con simplicidad sin luces fuertes. Quizás se quiera tener una pequeña campana, una que tenga un tañido hermoso; unos pocos almohadones o silla, y quizás un florero que nos recuerde nuestra verdadera naturaleza. Nosotros o nuestros hijos podemos armarlo en el recuerdo de sí, sonriendo.
Cada vez que nos sintamos un poco deprimidos, sabremos que será mejor ir a ese espacio, abrir la puerta con suavidad y sentarnos y empezar a respirar. Una campana ayudaría no sólo a la persona en ese espacio para respirar, sino también a las otras personas en la casa.
Conozco familias en las que los chicos van al espacio para respirar después del desayuno, se sientan y respiran: “Adentro –afuera- uno”, “adentro- afuera- dos “, “adentro- afuera- tres” … diez veces, y después se van a la escuela. Empezar el día de esa manera es muy hermoso y ayuda a toda la familia. Si uno tiene recuerdo de sí por la mañana y trata de alimentar ese recuerdo durante el día, será capaz de llegar a su casa al fin de la jornada con una sonrisa, señal de que el recuerdo de sí todavía está.
Creo que cada hogar debería tener un espacio o, si es posible, una habitación para respirar. Prácticas simples como la respiración consciente y el sonreír son muy importantes. Pueden cambiar nuestra civilización.
Lavar los platos
Según lo veo, la idea de que lavar los platos es desagradable sólo puede ocurrírsenos si no lo estamos haciendo. Una vez que uno está parado frente a la pileta con las mangas arremangadas y las manos en el agua tibia, en realidad es bastante placentero. Disfruto tomándome mi tiempo con casa plato, percibiendo totalmente el plato, el agua, y cada movimiento que hacen mis manos. Sé que se mi apuro para ir a comer el postre mas rápidamente, el momento de lavar los platos será desagradable y no valdrá la peno de ser vivido. Eso sería una lástima, porque cada minuto, cada segundo de vida es un milagro. ¡los mismos platos y el hecho de que esté acá lavándolos son verdaderos milagros!.
Si soy incapaz de lavar los platos con alegría, si quiero terminar porque tengo ganas de ir a comer el postre, seré igualmente incapaz de disfrutar mi postre.
Con el tenedor en la mano, estaré pensando en qué voy a hacer a continuación y la textura y el sabor del postre, junto con el placer de comerlo, ser perderán. Me veré siempre arrastrado hacia el futuro, por siempre incapaz de vivir en el instante presente.
Cada pensamiento, cada acción bajo el sol de la conciencia se vuelven sagrados. Bajo esta luz, no hay una frontera entre lo sagrado y lo profano. Debo confesar que me toma más tiempo lavar así los platos, pero vivo el momento con plenitud, y soy feliz. Lavar los platos es al mismo tiempo un medio y un fin; es decir, no sólo lavamos los platos para que estén limpios sino que también lavamos los platos sólo por lavar los platos, para vivir planamente cada momento mientras los lavamos.
Meditación al volante
En Vietnam, hace cuarenta años, fui el primer monje que anduvo en bicicleta. En ese tiempo no era considerada una cosa muy propia de un monje. Pero hoy en día, los monjes andan en moto y manejan autos. Debemos mantener nuestra práctica de meditación al día y responder a la situación real del mundo, así que he escrito unos versos muy simples que se podrías recitar antes de encender el motor:
Antes de darle arranque al motor,
sé a dónde me dirijo.
El auto y yo somos uno.
Si el auto va rápido, yo voy rápido.
A veces no necesitamos usar el auto en realidad, pero porque deseamos escapar de nosotros mismos, vamos a dar una vuelta. Sentimos que hay un vacío en nuestro interior, y no queremos enfrentarnos con él. No nos gusta estar tan ocupados, pero cada vez que tenemos un momento libre, tenemos miedo de estar a solas con nosotros mismos. Queremos escapar. O encendemos la televisión, levantamos el tuvo del teléfono, leemos una novela, salimos con un amigo o nos subimos al auto y vamos a algún lado. Nuestra civilización nos enseña a actuar de esta forma y nos provee de muchas cosas que podemos utilizar para perder el contacto con nosotros mismos. Si recitáramos este poema antes de darle arranque al coche podría actuar como una linterna, y quizás veamos que no hace falta ir a ningún lado. Adondequiera que vayamos, nuestro “ser” estará con nosotros; no podemos escapar. Así que probablemente sea mejor y más agradable no encender el motor, y en cambio salir a dar una caminata de meditación.
Se dice que en los últimos años dos millones de millas cuadradas de bosque han sido destruidas por la lluvia ácida, en parte por nuestros autos. “Antes de poner el auto en marcha, sé adónde me dirijo” es una consideración profunda. ¿A dónde iremos? ¿A la propia destrucción? Si mueren los árboles, nosotros los humanos también moriremos. Si el viaje que vamos a realizar es necesario, por favor ni lo dudemos. Pero si vemos que no es realmente importante, se puede sacar la llave de encendido e ir a dar una caminata cerca del río o por una plaza. Así volveremos a nosotros mismos y renovaremos nuestra amistad con los árboles.
Manejar un auto es una tarea diaria en esta sociedad. No estoy sugiriendo que se deje de manejar, sino que simplemente se lo haga conscientemente. Cuando manejamos, sólo pensamos en la llegada, por lo que cuando vemos un semáforo en rojo no estamos muy contentos. La luz roja es una especie de enemigo que nos impide llegar a una meta. Pero también es posible ver a esa luz roja como una campana para el recuerdo de sí, haciéndonos acordar de volver al momento presente. Se convierte en una amiga que nos ayuda, al recordarnos, que sólo en el momento presente se puede vivir la vida.
Distribuir culpas nunca sirve
Cuando plantamos lechugas y no crecen bien, no les echamos la culpa a las lechugas.
Estudiamos las razones por las que no van bien. Puede que necesiten fertilizantes, o más agua, o menos sol. Sin embargo, cuando tenemos problemas con nuestros amigos o nuestra familia, culpamos a las otras personas. Pero si supiéramos cómo cuidarlas crecerían bien, como las lechugas. Culpar a los demás no tiene ningún efecto positivo, como tampoco lo tiene tratar de convencer con razones y argumentos. Esa es mi experiencia. Sin culpas, sin razonamientos, sin discusiones, sólo comprensión. Si uno comprende, y uno demuestra que comprende, uno puede amar, y la situación cambia.
Un día en París di un conferencia sobre nunca culpar a la lechuga. Después de la conferencia, me fui a meditar caminando solo y al dar la vuelta a un edificio, escuché sin querer a una chica vietnamita de ocho años que le decía a la mamá: “Mamá, acuérdate de regarme, soy tu lechuga”, ¡Me puso tan contento que ella hubiera entendido el punto tan bien! Pero antes de que me pudiera detener en esa sensación de placer, escuché que se madre le respondía: “Sí, hija, y yo también soy tu lechuga. Así que por favor tampoco te olvides de regarme”. Madre e hija practicaban juntas. Era muy hermoso.
Entrando en el siglo XX
La palabra política está muy de moda en estos días. Parece haber una política para todo, he escuchado que los así llamados países desarrollados están considerando un a política de residuos para enviar su basura en grandes barcas al Tercer Mundo.
Pienso que necesitamos una “política” para trabajar nuestro sufrimiento. No queremos que nos sea “exceptuado”, pero es necesario encontrar una forma de usar el sufrimiento para nuestro bien y el de los demás. Ha habido tanto sufrimiento en el siglo XX: dos guerras mundiales, campos de concentración en Europa, los campos de exterminio en Camboya, refugiados de Vietnam, de América Central y de otros sitios que han dejado sus países sin un lugar adónde ir. Hay que organizar una política para este tipo de basura también. Necesitamos usar el sufrimiento del siglo XX como compost, para que juntos podamos crear flores para un siglo XXI.
Cuando uno ve fotografías y programas sobre las atrocidades cometidas por los nazis, las cámaras de gas y los campos, uno siente miedo. Quizás uno se diga: “Yo no lo hice; ellos lo hicieron.” Pero de haber estado ahí, quizá habríamos hecho las mismas cosas, o habríamos sido demasiado cobardes como para detenerlas, como fue el caso de muchos. Tenemos que poner todas estas cosas en nuestra pila de compost para que fertilice el suelo. En Alemania, hoy la gente joven tiene una especie de complejo por el cual piensa que, de alguna manera, es responsable por el sufrimiento. Es importante que esa gente joven y la generación responsable de la guerra empiecen de nuevo, y juntas creen un sendero de conciencia para que nuestros hijos puedan evitar los mismos errores en el próximo siglo. La flor de la tolerancia que nos permite apreciar la diversidad cultural es una flor que podemos cultivar para los niños del siglo XXI. Otra flor es la de la verdad del sufrimiento. ¡Ha habido tanto sufrimiento innecesario en nuestro siglo! Si estuviéramos dispuestos a trabajar juntos y a aprender juntos, todos podríamos salir beneficiados por los errores de nuestra época, y mirando con los ojos de la compasión y la comprensión, ofrecerle al próximo siglo un jardín hermoso y un camino limpio.
Tomemos las manos de nuestros hijos e invitémoslos a salir a sentarnos en el pasto con nosotros. Puede que ambos queramos contemplar el verdor del césped, las pequeñas flores que crecen entre los pastos, y el cielo. Respirar y sonreír juntos: esa es la educación para la paz. Si supiéramos cómo apreciar estas cosas hermosas, no haría falta buscar ninguna otra cosa. La paz está a nuestro alcance en cada momento, en cada respiración, en cada paso.
0 Comentarios