Quiero empezar hablando del silencio a través de una de las múltiples anécdotas del Gran Maestro Gnóstico Gargha Kuichines, Quienes tuvieron la dicha de tener a su lado a este gran Ser saben que a él acudían personas enfermas a quienes curaba de sus dolencias sólo diciendo: “Por el poder del verbo, retírese todo dolor, retírese todo mal” y las personas sanaban, mi conclusión es que sus palabras nacían del silencio, la palabra que nace del silencio es una palabra fecunda, muy diferente de la palabra que nace de nuestro habitual ruido mental…
Meditación: La raíz latina de la palabra meditación es meditari que significa pensar, analizar, reflexionar. A finales del siglo 19 los teósofos, movimiento espiritual liderado por Helena Blavatsky, que propone que todas las religiones surgieron a partir de una enseñanza o tronco común, le dieron el nombre de meditación al conjunto de prácticas Hindúes y Budistas que llevaban al practicante a estados de dhyana: percepción de la realidad en forma objetiva y que precede al estado de shamady o iluminación, sin embargo, ya en nuestra cultura occidental existía el termino contemplación para describir estos estados de la conciencia pero ligados a un ámbito religioso cristiano.
Dejando de lado la etimología y el uso de la palabra Meditación, permítanme definir la meditación como una práctica que busca silenciarnos, pero ¿qué vamos a silenciar? Silenciamos el cuerpo y silenciamos la mente. Silenciamos el cuerpo con la quietud absoluta, con la postura correcta, sentado, sin recostarse, con la espalda erguida, sea en un cojín, en un banco de meditación, en una silla o en la orilla de la cama y silenciamos la mente asumiendo el papel de observador imparcial de todo lo que llegue a ella; la quietud del cuerpo le envía una señal de quietud a la mente y la observación serena de lo que acontece en la mente le envía una señal de quietud al cuerpo, dos herramientas fundamental en este proceso es la des automatización de la respiración, o sea respirar dándose cuenta del proceso respiratorio de inhalar y exhalar y la atención o percepción del cuerpo, esto con el fin de anclarnos en nuestro puesto de observador y no identificarnos ni dejarnos seducir por alguno de los pensamientos que tratamos de observar. A esto se dedica quien construye el oficio de meditar día tras día.
Observar, abservar y observar. La sentada silenciosa tiene de todo menos eso, al menos para el que se inicia en la práctica y esa puede ser una causa para abandonar, porque nos sentamos a meditar y nos encontramos con un espejo que nos muestra nuestra vida cotidiana: pensamientos que vienen y van con preocupaciones del futuro, de las tareas que me toca hacer o con recuerdos del pasado, mis triunfos y mis pesares o pensamientos que a veces cruzan la raya de lo socialmente aceptado y me avergüenzan o mundos virtuales catastróficos que me llenan de miedo y entonces los reprimo, intento cancelarlos, pero es imposible o simplemente aparecen pensamientos como: que hay en la televisión apenas me pare de la meditación y ¿Qué puedo hacer?, simplemente aceptar, observar y amar todo lo que sucede en mi cabeza, sin juzgar, sin reprimir por más que no sea de mi agrado, sin justificar, sin identificarme, solo observar…
Aceptar, en relación con nuestros pensamientos es una palabra que nos asusta porque la relacionamos con dejarnos llevar, entregarnos a los excesos o al egoísmo que propone cada pensamiento, pero la aceptación de la que hablo es en el sentido de admitir que existen estos pensamientos, aunque no me gusten, aceptar es todo lo contrario a resistir, negar, reprimir, esconder, acciones estas que requieren de un gran gasto de energía mental y la inevitable explosión tarde o temprano de lo reprimido en actuaciones muchas veces inesperadas y dañinas. Admito los contenidos de mi mente por el simple hecho de que ya existen.
Amar, porque cada pensamiento es un hijo mío, que ha estado demasiado tiempo desatendido, actuando en el espacio mental sin control, reforzando su propia creencia, creciendo su poder ilusorio sobre mí y haciéndome vivir bajo la amenaza de que se ejecuten físicamente las acciones de las que me habla, me he acostumbrado a resistirlo y a desterrarlo, las personas que han tenido hijos problemáticos saben que reprimirlos no hace más que reforzar las conductas que no nos gustan y en cambio brindarles amor, acompañamiento y comprensión mitiga ese tipo de conductas. Amar como un acto compasivo hacia mi mismo, hacia mi propio condicionamiento, atenderse cariñosamente como cuando te golpeas un dedo y la mano contraria lo acoge y acaricia con el deseo de que se sienta mejor.
Observar porque este pensamiento tiene mucho que decir de mí, de mis creencias, de mis valores, de mi educación, de cómo va mi vida, “no hay arma más eficaz que la atención”, “la observación es transformadora” observar y amar no me permite resolver, que es el querer constante de la mente, si no disolver por la vía de la extenuación del pensamiento, la comprensión y la respiración. Entonces en la búsqueda del silencio mediante la observación, el amor y la respiración, vamos poco a poco disolviendo nuestro ruido, mas no resolviendo con ideas contrapuestas. Meditar no se trata de tener el total control sobre la mente, sino “la total aceptación de lo que la mente es”, por el simple hecho de que es, de que existe. Se trata de permitir el afloramiento de una conciencia testigo, un observador neutral ecuánime y benévolo
Se requieren altas dosis de paciencia y credibilidad en la práctica, aconsejo darle por lo menos durante dos meses un voto de credibilidad a la práctica, darle la oportunidad a este oficio que te puede cambiar desde adentro. Puede suceder que poco a poco, en su desfile, los pensamientos recurrentes vayan dejando espacio entre uno y otro y podamos atisbar el silencio.
Pero ¿para qué el silencio? : Porque lo que existe es el silencio y el barullo de la mente es algo agregado, el silencio siempre está ahí, basta con entrar en contacto con él, porque sólo en el silencio encuentro mi centro, aquello que realmente soy, mi Yo Profundo y que nada tiene que ver con mi Yo superficial, aquellas cosas que suelen ser mi carta de presentación: mis posesiones materiales, mis convicciones, mis roles, mi profesión, mis creencias, mi género, mi historia de triunfos y fracasos, o mi constante rumia mental; en otras palabras el ser sucedáneo.
El silencio nos da comprensión y unifica la realidad mediante la síntesis; la palabra es analítica, por tanto divide la realidad en sujeto y objeto, la mente siempre se siente sujeto en presencia de muchos objetos…
El silencio crea unión entre las personas, esto lo he podido comprobar en las salas de meditación que hemos creado a lo largo de los últimos 15 años, donde las personas se sienten a gusto unas con otras y crean lazos de amistad, aun con estilos de vida o creencias religiosas contrapuestas.
Cuando cultivas el silencio permites que la vida te llegue y la aceptas con lo que trae, abandonas el afán de intervenir para cambiar la realidad elaborando una respuesta inmediata, aprendes que muchas veces la misma vida trae la respuesta.
“Cuando experimentas el silencio abandonas toda ideología de Dios, porque en el silencio experimentas el misterio que algunos llaman Dios y dejas de preocuparte por lo que Dios es o no es, por lo que Dios dice o quiere para la vida de las personas, dejas de preocuparte por Dios y te ocupas de tu vida. Las palabras cambian el mundo, pero el silencio cambia tu vida” Pablo D´Ors
“En el silencio está la mayor fortaleza humana y la fuente de sabiduría que nos calma la sed y nos da el equilibrio necesario para vivir mejor” Jorge Eduardo Medina Barranco
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